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La vida pareció detenerse en ese instante. Las cosas que nunca antes tuvieron valor se hicieron determinantes, y aquellas que parecían el eje de la existencia se tornaron intrascendentes. Sus corazones latieron dispuestos a abandonar su lugar, sus manos sudaron y sus palabras se desmoronaron. Sintieron ser de papel pero jamás dudaron si valía la pena. Laura Ardila fue incapaz de contener las lágrimas al enterarse de la muerte en cautiverio de Libio José Martínez, que más que un Sargento del Ejército, era el esposo de Claudia Tulcán y el padre de Johan Martínez, a quienes Laura había acompañado por el viacrucis que es el secuestro de un ser amado. Jorge Luis Durán no pudo hacer otra cosa que pensar en su familia cuando a su oficina llegó una particular invitación, según él enviada por el Coronel Toro, comandante de la Policía de Cartagena, en la que se invitaba a las honras fúnebres de “un periodista valiente y ejemplar: el señor Durán Pastrana”.  Ignacio Gómez sintió perder una parte de sí que jamás volvería, al enterarse del asesinato de su amigo Julio Daniel Chaparro, cuyo cadáver tuvo que recoger en Segovia, Antioquia aquel amargo marzo de 1991. 

 

El país que narran los periodistas colombianos tiene la capacidad de incitar emociones de todos los tonos. Desde el negro dolor hasta el blanco esperanza, atravesando por el rojo miedo y el azul regocijo. Es esta una nación en la cual el periodismo va mucho más allá de ser un oficio. “Es un estilo de vida. Un trabajo de 24 horas al día y sacrificios que nadie más haría por la verdad”, reconoce Ardila. Sin duda, apasionante pero altamente riesgoso. La cruda invitación a Durán a asistir a su propio funeral, y el asesinato de Chaparro, hacen parte de la larga lista de intimidaciones y agresiones contra periodistas colombianos. En lo que va del 2013 han sido víctimas de algún tipo de agresión en Colombia 173 periodistas. “El nuestro es seguramente el país más peligroso para todo aquel que quiera decir una verdad. Aquí hay cerca de un 98% de impunidad”, reflexiona Ignacio Gómez, quien es además el presidente de la junta directiva de la FLIP (Fundación para la Libertad de Prensa). A pesar de la reducción en la tasa de homicidios a periodistas y el aumento en la protección brindada por los organismos del Estado a las víctimas de amenazas y agresiones, “Colombia sigue siendo un escenario de riesgo. La disminución en los asesinatos quizá se debe a que ya mataron a todos los que tenían en lista. Seremos un país seguro el día que no haya que ponerle guardaespaldas a los periodistas, sino quitárselos”, agrega Gómez. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A pesar de la increíble variedad en la forma de entender el conflicto, de sus enfoques, de sus miedos y sus sueños, a los periodistas colombianos los une el anhelo de ayudar a construir un país sin guerra, o al menos con una guerra macondiana donde la vida valga. Mientras eso sucede, ellos andarán siempre de afán, haciendo varias cosas a la vez, con el tiempo medido y los segundos exprimidos para encajar en el día todas sus responsabilidades. Replanteando la máxima de Camus,  haciendo del oficio más hermoso del mundo una tarea apasionante, difícil y peligrosa. Algo que ellos saben muy bien,  porque sólo hablan respaldados en las veces que han besado la tierra, apurado sus pasos y dicho sus plegarias al sentir que todo acaba; más preocupados en esos segundos críticos quizá por lo que dejan sin punto final, que por su propio destino. Se incomodan con los halagos, sienten que aceptarlos es someterse a un traje al que se negaron al decidir estar al otro lado del lente. Miden sus respuestas, son rápidos para esquivar preguntas difíciles y valientes para soltar con tranquilidad aquello que otros dirían inundados de miedo. Juran lealtad a la verdad, a contar las cosas tal y como suceden. Reconocen que la objetividad no es otra cosa que una utopía propia de los dioses. Pero lo intentan: se levantan a diario con la misión de contar su país, involucrando el corazón, pero sabiendo que agregar un signo de puntuación ajeno a la historia es un pecado que jamás podrían perdonarse. Un lujo que cualquiera puede darse. Cualquiera, menos un héroe. 

 

 

Alma de papel 

Conozca aquí el funcionamiento de la Flip en voz del presidente de su junta directiva 

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